El Hombre Espiritual - Watchman Nee

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CAPITULO 1 Espíritu, alma y cuerpo ¿Tiene alguna importancia dividir en espíritu y alma? Es un asunto de primordial importancia porque afecta tremendamente a la vida espiritual de un creyente. ¿Cómo puede comprender un creyente la vida espiritual si no conoce el alcance del mundo espiritual? Sin comprender esto ¿cómo puede crecer espiritualmente? El fracaso en distinguir entre el espíritu y el alma es fatal para la madurez espiritual. Con frecuencia los cristianos consideran espiritual lo que es anímico (o sea, del alma), y de esta manera permanecen en un estado anímico y no buscan lo que es espiritual de veras. ¿Cómo podremos escapar del fracaso si confundimos lo que Dios ha dividido? Por un lado, el creyente más ignorante, sin la más mínima división de espíritu y alma, puede, sin embargo, experimentar esta división en la vida real. Por el otro, el creyente más informado, conocedor por completo de la verdad sobre espíritu y alma, puede, sin embargo, no vivirla en su experiencia. Mucho mejor es el caso de la persona que puede tener tanto el conocimiento como la experiencia. En cuanto el aliento de vida, que se convirtió en el espíritu del hombre, entró en contacto con el cuerpo del hombre, tuvo origen el alma. De ahí que el alma es la combinación del cuerpo y el espíritu del hombre. Según Génesis 2:7, el hombre fue hecho de sólo dos elementos independientes, el corporal y el espiritual. Pero cuando Dios puso el espíritu dentro del armazón de tierra se creó el alma. El espíritu del hombre, al entrar en contacto con el cuerpo muerto, produjo el alma. El hombre fue diseñado como alma viviente porque era allí donde el espíritu y el cuerpo se encontraron y es a través de ella que se conoce su individualidad. Se puede ilustrar en parte esta trinidad de espíritu, alma y cuerpo con una bombilla eléctrica. Dentro de la bombilla, que puede representar al conjunto del hombre, hay electricidad, luz y alambre. El espíritu es como la electricidad, el alma es la luz y el cuerpo es el alambre. La electricidad es la causa de la luz, mientras que la luz es el efecto de la electricidad. El alambre es la substancia material para transportar la electricidad, así como para manifestar la luz. La combinación del espíritu y el cuerpo produce el alma, que es única del hombre. De la manera que la electricidad, transportada por el alambre, es expresada en la luz, así también el espíritu actúa sobre el alma, y el alma a su vez se expresa por medio del cuerpo. Las funciones respectivas del espíritu, el alma y el cuerpo Dios vive en el espíritu, el yo vive en el alma, mientras que los sentidos viven en el cuerpo. El espíritu puede someter al cuerpo a través del alma para que obedezca a Dios. De la misma manera el cuerpo, mediante el alma, puede atraer al espíritu a amar al mundo. Para que el espíritu gobierne, el alma tiene que dar su consentimiento, pues de otro modo el espíritu es incapaz de regular al alma y al cuerpo. Pero esta decisión es cosa del alma, porque en ella es donde reside la personalidad del hombre. Únicamente cuando el alma está dispuesta a asumir una posición humilde puede el espíritu dirigir a todo el hombre. Dios desea que el espíritu, al ser la parte más noble del hombre, controle todo el ser. Sin embargo, la voluntad —la parte crucial de la individualidad— pertenece al alma. Es la voluntad la que determina si debe gobernar el espíritu, el cuerpo o incluso ella misma. El alma, el órgano de nuestra personalidad, se compone de pensamiento, voluntad y emoción. Parece como si el alma fuera el director de todas las acciones, porque el cuerpo sigue su dirección. Antes de la caída del hombre, sin embargo, a pesar de sus muchas actividades, el alma era gobernada por el espíritu. Y éste es el orden que Dios quiere todavía: primero el espíritu, después el alma, y finalmente el cuerpo. CAPITULO 2
El espíritu y el alma
El espíritu Es imperativo que un creyente sepa que tiene un espíritu, puesto que, como pronto veremos, toda comunicación con Dios tiene lugar allí. Si el creyente no discierne su propio espíritu, siempre ignorará la manera de comunicarse con Dios en el espíritu. Fácilmente sustituye las obras del espíritu con los pensamientos y emociones del alma. De esa manera se autoli-mita al mundo exterior, incapaz para siempre de alcanzar el mundo espiritual. 1 Corintios 2:11 habla de «el espíritu del hombre que está en él».
2 Corintios 5:4 menciona «mi espíritu».
Romanos 8:16 dice «nuestro espíritu».
1 Corintios 14:14 utiliza «mi espíritu».
1 Corintios 14:32 habla de lo s «espíritus de los profetas».
Proverbios 25:28 se refiere a «su propio espíritu».
Hebreos 12:23 consigna «los espíritus de los justos».
Zacarías 12:1 afirma que «el Señor... formó al espíritu del hombre dentro de él».
Estos versículos demuestran claramente que los seres humanos poseen, en efecto, un espíritu humano. Este espíritu no es sinónimo de nuestra alma ni es tampoco lo mismo que el Espíritu Santo. Adoramos a Dios en este espíritu.
Al investigar las Escrituras parece de veras que un espíritu .'•:• regenerado funciona de la misma manera que lo hace el alma. Los siguientes versículos lo ilustran: «Su espíritu estaba inquieto» (Gn. 41:8). «Entonces sus espíritus se tranquilizaron por él» (Jue. 8:3). «El que es imprudente de espíritu exalta la locura» (Pr. 14:29). «Un espíritu abatido seca los huesos» (Pr. 17:22). «Los que yerran en espíritu» (Is. 29:24). «Y gemirán por la angustia de espíritu» (Is. 65:14). «Su espíritu se endureció» (Dn. 5:20). Estos versículos nos muestran las obras del espíritu no regenerado y nos indican lo parecidas que son sus obras con las ¿el alma. El motivo de no mencionar al alma sino al espíritu es Ütclar lo que ha ocurrido en lo más profundo del hombre. Descubre de qué manera el alma del hombre ha llegado a influir y a controlar completamente a su espíritu, logrando que éste manifieste las obras del alma. Aun así el espíritu todavía existe, porque estas obras salen del espíritu. Aunque sigue gobernado por el alma el espíritu no deja de ser un órgano.
El alma Ya se ha explicado que el espíritu y el cuerpo están fusionados en el alma, la cual, a su vez, forma el órgano de nuestra personalidad. Es por esto que en ocasiones la Biblia Llama al hombre «alma», como si el hombre sólo poseyera este elemento. En el original de la Biblia hay numerosos casos en los que se usa «alma» en lugar de «hombre». Esto se debe a que la sede y la esencia de la personalidad es el alma.
Un cuidadoso estudio de la Biblia nos llevará a la conclusión de que estas tres facultades básicas de la
personalidad pertenecen al alma. Hay demasiados pasajes bíblicos para citarlos todos. De aquí que sólo
podemos enumerar una breve selección de los mismos.
A) La facultad de la voluntad del alma
«No me abandones a la voluntad (original, "alma") de mis adversarios» (Sal. 27:12).
«No le abandonas a la voluntad (original, "alma") de sus enemigos» (Sal. 41:2).
«Te entregó a la codicia (original, "alma") de tus enemigos» (Ez. 16:27).
«La dejarás que vaya donde quiera (original, "alma")» (Dt. 21:14).
«Ah, tenemos el deseo de nuestro corazón (original, "alma")» (Sal. 35:25).
«O hace un juramento para atarse él mismo (original, "alma") con una promesa» (Nm. 30:2).
«Ahora disponed vuestra mente y vuestro corazón (original, "alma") para buscar al Señor vuestro Dios» (1
Cr. 22:19).
«Ellos anhelan y alzan su alma por volver a vivir allí» (Jer. 44:14).
«Mi alma se niega a pasar estas aflicciones» (Job 6:7).
«Mi alma prefiere la estrangulación, la muerte, más que mis huesos» (Job 7:15).
Aquí «voluntad» o «corazón» señalan a la voluntad humana. -Disponer el corazón», «alzar su alma»,
«negarse», «preferir», son, todas, actividades de la voluntad y tienen su origen en el
alma.
B) La facultad del intelecto o la mente del alma
«Y después alzaron su alma sus hijos e hijas» (Ez. 24:25). «Que un alma sin conocimiento no es bueno» (Pr.
19:2). «¿Cuánto tiempo debo sufrir la pena (siríaco, hebreo: soportar los
consejos^) en mi alma?» (Sal. 13:2). «Tus obras son maravillosas y mi alma las conoce bien»
(Sal. 139:14). «Mi alma piensa en eso constantemente» (Lm. 3:20). «El conocimiento complacerá a tu
alma» (Pr. 2:10). «Conserva una sana sabiduría y discreción... y serán vida para tu
alma» (Pr. 3:21, 22). «Sepas que la sabiduría es así para tu alma» (Pr. 24:14).
Aquí «conocimiento», «consejo», «alzar», «pensar», etc., existen como actividades del intelecto o la
mente del hombre, las cuales la Biblia nos dice que provienen del alma.
C) La facultad de la emoción del alma
1) EMOCIONES DE AFECTO
«El alma de Jonatán se unió al alma de David, y Jonatán le amó
como a su propia alma» (1 S. 18:1). «Tú a quien ama mi alma» (Cnt. 1:7). «Mi alma engrandece al
Señor» (Le. 1:46). «Su vida detesta el pan, y su alma la comida exquisita»
(Job 33:20). «Los que el alma de David odia» (2 S. 5:8). «Mi alma se enojó con ellos» (Zac. 11:8).
«Amarás al Señor tu Dios... con toda tu alma» (Dt. 6:5). «Mi alma está cansada de la vida» (Job 10:1).
«Su alma detesta toda clase de comida» (Sal. 107:18).
2)
EMOCIONES DE DESEO
«Porque todo lo que desee tu alma... o todo lo que te pida tu
alma» (Dt. 14:26). «Lo que pueda decir tu alma» (1 S. 20:4). «Mi alma anhela, sí, se desmaya por los patios
del Señor»
(Sal. 84:2). «El anhelo de tu alma» (Ez. 24:21). «Tanto te anhela mi alma, oh Dios» (Sal. 42:1). «Mi alma
suspira por ti por la noche» (Is. 26:9). «Mi alma está contenta» (Mt. 12:18).
3)
EMOCIONES DE SENTIMIENTOS Y SENSACIONES
«Además una espada traspasará tu propia alma» (Le. 2:35). «Todo el pueblo estaba amargado en el alma» (1
S. 30:6). «Su alma está amargada y atormentada en su interior»
(2 R.4:27). «Su alma estaba apenada por la miseria de Israel» (Jue. 10:16). «Cuánto tiempo atormentarás mi
alma» (Job 19:2). «Mi alma exultará en mi Dios» (Is. 61:10). «Alegra el alma de tu siervo» (Sal. 86:4). «Su
alma se desmayó en su interior» (Sal. 107:5). «Por qué estás abatida, oh alma mía» (Sal. 42:5). «Vuelve, oh
alma mía, a tu descanso» (Sal. 116:7). «Mi alma se consume de anhelo» (Sal. 119:20). «Dulzura para el
alma» (Pr. 16:24). «Deja que tu alma se deleite en la gordura» (Is. 55:2). «Mi alma se desmayó dentro de mí»
(Jon. 2:7). «Mi alma estaba muy apenada» (Mt. 26:38). «Ahora mi alma está inquieta» (Jn. 12:27). «Estaba
atormentado en su justa alma día tras día» (2 P. 2:8).
En estas observaciones sobre las diversas emociones del hombre podemos descubrir que nuestra alma es
capaz de amar y de odiar, de desear y de aspirar, de sentir y de percibir.
De este breve estudio bíblico se hace evidente que el alma del hombre posee la parte conocida como voluntad,
la parte conocida como mente o intelecto y la parte conocida como emoción.
La vida del alma Algunos eruditos bíblicos nos señalan que en el griego se emplean tres palabras diferentes para designar «la vida»: 1) bios, 2) psyche, 3) zoe. Todas describen la vida, pero comunican significados muy diferentes. Bios hace referencia al medio de vida o sustento. Nuestro Señor Jesús usó esta palabra cuando elogió a la mujer que echó en el tesoro del templo todo su sustento. Zoe es la vida más elevada, la vida del espíritu. Siempre que la Biblia habla de la vida eterna utiliza esta palabra. Psyche se refiere a la vida animada del hombre, a su vida natural o vida del alma. La Biblia emplea este término cuando describe la vida humana.
Observemos ahora que las palabras «alma» y «vida del alma» er. la Biblia son una y la misma en el
original. En el Antiguo Testamento la palabra hebrea para «alma» —nephesh— se uuliza también
para «vida del alma». Por consiguiente, el Nuevo Testamento usa la palabra griega psyche para
«alma» y «vida del alma». Por eso sabemos que «el alma» no sólo es uno de los tres elementos del
hombre, sino que también es la vida del hombre, su vida natural. En muchos lugares de la Biblia se
traduce «alma» por «vida».
«Solamente que no comáis la carne con su vida, es decir, su
sangre» (Gn. 9:4, 5). «La vida de la carne está en la sangre» (Lv. 17:11). «Los que han buscado la
vida del hijo han muerto» (Mt. 2:20). «¿Es lícito en el sábado salvar la vida o destruirla?» (Le. 6:9). «Los
que han arriesgado sus vidas por nuestro Señor Jesucristo»
(Hch. 15:26). «No le doy ningún valor a mi vida» (Hch. 20:24). «Para dar su vida como un rescate
por muchos» (Mt. 20:28). «El buen pastor sacrifica su vida por las ovejas» (Jn. 10:11,15,
17).
El alma y el yo del hombre
Nuestro
yo es el alma. Esto también se puede demostrar con la Biblia. En Números 30, la frase «atarse» sale
diez veces. En el original es «atar su alma». Esto nos lleva a comprender que el alma es nuestro
propio yo. En muchos otros pasajes de la Biblia encontramos la palabra «alma» traducida por «yo».
Por ejemplo:

«No os ensuciaréis con ellos» (Lv. 11:43).
«No os ensuciaréis» (Lv. 11:44).
«Para ellos y para sus descendientes» (Est. 9:31).
«Los que os desgarráis de ira» (Job 18:4).
«Se justificó» (Job 32:2).
«Pero ellos mismos caen cautivos» (Is. 46:2).
«Lo que todos (original, "toda alma") deban comer, eso sólo lo
puedes preparar tú» (Éx. 12:16). «Quien mata a alguna persona (original, "alguna alma") sin
intención» (Nm. 35:11,15). «Dejadme (original, "dejad a mi alma") morir la muerte de los
justos» (Nm. 23:10). «Cuando cualquiera (original, "cualquier alma") lleve una
ofrenda de cereales» (Lv. 2:1). «Me he... tranquilizado» (Sal. 131:2). «No penséis que en el palacio del rey
vais (original, "vuestra
alma va") a escapar» (Est. 4:13). «El Señor Dios ha jurado por Él mismo» (original, "jurado por su
alma") (Am. 6:8).
Estos textos del Antiguo Testamento nos dicen de difiéren¬os maneras que el alma es el propio yo del
hombre.
Si reconocemos claramente lo que es anímico, entonces nos será más fácil reconocer más adelante lo que es espiritual. Será posible separar lo espiritual de lo anímico. CAPITULO 3 La caída del hombre Ser anímico es contrario a ser espiritual. Los hombres pueden pensar que el intelecto y el razonamiento humanos son todopoderosos, que el cerebro puede comprender todas las verdades del mundo, pero el veredicto de la Palabra de Dios es: «vanidad de vanidades». El pecado ha dado muerte al espíritu: por eso la muerte espiritual alcanza a todos, porque todos están muertos en pecados y transgresiones. El pecado ha vuelto independiente al alma: en consecuencia la vida anímica no es más que una vida egoísta y obstinada. Finalmente el pecado ha dado plenos poderes al cuerpo: por consiguiente, la naturaleza pecadora reina por medio del cuerpo. Las manos tienen que ser clavadas porque se van tras el pecado. La boca tiene que sufrir porque se complace en pecar. Los pies tienen que ser traspasados porque pecan a gusto. La frente tiene que ser coronada con una corona de espinas porque también quiere pecar. Las manos tienen que ser clavadas porque se van tras el pecado. La boca tiene que sufrir porque se complace en pecar. Los pies tienen que ser traspasados porque pecan a gusto. La frente tiene que ser coronada con una corona de espinas porque también quiere pecar. Todo lo que el cuerpo humano tenía que sufrir se cumplió en su cuerpo. De esta manera sufrió físicamente hasta la muerte. Estaba en su mano librarse de estos sufrimientos, pero voluntariamente ofreció su cuerpo para soportar todas las insondables pruebas y dolores sin acobardarse ni un momento hasta que supo que «ya todo estaba consumado» (Jn. 19:28). Sólo entonces entregó su espí¬ritu. Antes de ser crucificado, a Cristo le dieron vino mezclado con mirra como calmante para mitigar el dolor, pero Él lo rechazó porque no estaba dispuesto a aceptar ningún sedante sino a ser plenamente consciente del sufrimiento. El Señor Jesús tomó el lugar de un esclavo y fue crucificado. Isaías le llamó «el siervo», y Pablo dijo que tomó la forma de un esclavo. Sí, vino como un esclavo a rescatarnos a los que estamos bajo la esclavitud perpetua del pecado y de Satanás. Por fe estamos unidos a Él. Su muerte es considerada como nuestra muerte, y su sentencia como nuestra sentencia. Nuestro espíritu, alma y cuerpo han sido juzgados y castigados en Él. Por fe estamos unidos a Él. Su muerte es considerada como nuestra muerte, y su sentencia como nuestra sentencia. Nuestro espíritu, alma y cuerpo han sido juzgados y castigados en Él. Sería lo mismo que si hubiésemos sido castigados en persona. «Así pues, 62 ahora no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1). «Porque el que ha muerto está libre del pecado» (Ro. 6:7). Nuestra posición real es que ya hemos muerto en el Señor Jesús, y ahora sólo falta que el Espíritu Santo traslade este hecho a nuestra experiencia. La cruz es donde el pecador —su espíritu, alma y cuerpo— es juzgado. Es por medio de la muerte y la resurrección del Señor que el Espíritu Santo de Dios puede transmitirnos la naturaleza de Dios. La cruz ostenta el juicio del pecador, proclama la ausencia de valor del pecador, crucifica al pecador y proporciona la vida del Señor Jesús. Desde entonces, cualquiera que acepta la cruz nacerá de nuevo por el Espíritu Santo y recibirá la vida del Señor Jesús. La regeneración El espíritu del hombre tiene que ser avivado porque ha nacido muerto. El nuevo nacimiento del que habló el Señor Jesús con Nicodemo es el nuevo nacimiento del espíritu. Por supuesto que no es un nacimiento físico como creía Nicodemo, ni tampoco anímico. Debemos fijarnos cuidadosamente en que el nuevo nacimiento transmite la vida de Dios al espíritu del hombre. El nuevo nacimiento es algo que sucede totalmente en el espíritu: no tiene ninguna relación con el alma o el cuerpo. Lo que hace que el hombre sea único en la creación de Dios no es que posee un alma, sino que tiene un espíritu que, unido al alma, constituye al hombre. El alma del hombre no está relacionada directamente con Dios. Según la Biblia es su espíritu el que tiene relación con Dios. Dios es Espíritu, y en consecuencia todos los que le adoran deben adorarle en espíritu. Sólo el espíritu puede tener comunicación íntima con Dios. Sólo el espíritu puede adorar al Espíritu. Por eso encontramos en la Biblia frases como: «sirviendo con mi espíritu» (Ro. 1:9; 7:6; 12:11); «conociendo por medio del espíritu» (1 Co. 2:9-12); «adorando en espíritu» (Jn. 4:23, 24; Fü. 3:3); «recibiendo en espíritu la revelación de Dios» (Ap. 1:10; 1 Co. 2:10). Siempre que el hombre interior de una persona presta atención a los dictados del hombre exterior, pierde contacto con Dios y se vuelve espiritualmente muerto. «Estabais muertos por las transgresiones y pecados en los que en un tiempo andabais» al «seguir los deseos del cuerpo y de la mente» (Ef. 2:1-3). Aunque puedan servir bien como criados, las ideas, sentimientos y decisiones del hombre no pueden servir como dueños y por eso son secundarios en este asunto de la salvación. De aquí que la Biblia nunca considera que el nuevo nacimiento sea tratar con severidad al cuerpo, un sentimiento impulsivo, la exigencia de la voluntad o una reforma a través de la comprensión mental. El nuevo nacimiento bíblico sucede en una área mucho más profunda que el cuerpo o el alma humano, sí, es en el espíritu del hombre donde recibe la vida de Dios por medio del Espíritu Santo. El escritor de Proverbios nos dice que «el espíritu del hombre es la lámpara del Señor» (20:27). En la regeneración el Espíritu Santo entra en el espíritu del hombre y lo aviva como si encendiera una lámpara. Este es el «espíritu nuevo» mencionado en Ezequiel 36:26. El viejo espíritu muerto es avivado cuando el Espíritu Santo le transmite la vida increada de Dios. En la regeneración el hombre recibe la vida propia de Dios en su espíritu y nace de Dios. A consecuencia de eso, ahora el Espíritu Santo gobierna el espíritu del hombre, que a su vez es equipado para recuperar el control sobre su alma y, por medio del alma, gobernar su cuerpo. Como el Espíritu Santo se convierte en la vida del espíritu del hombre, éste se convierte en la vida de todo el ser del hombre. El espíritu, el alma y el cuerpo 65 son restaurados según el propósito original de Dios para toda persona nacida de nuevo. Nuestra regeneración es nuestra unión con el Señor en su resurrección y también en su muerte. Su muerte ha terminado con nuestra vida pecaminosa, y su resurrección nos ha dado una vida nueva y nos ha iniciado en la vida de un cristiano. Nuestra regeneración es nuestra unión con el Señor en su resurrección y también en su muerte. Su muerte ha terminado con nuestra vida pecaminosa, y su resurrección nos ha dado una vida nueva y nos ha iniciado en la vida de un cristiano. Una vez que el hombre ha nacido de Dios, Dios nunca podrá considerarlo como no nacido de Él. Por infinita que sea la eternidad, esta relación y esta posición no pueden ser anuladas. Esto es porque lo que un creyente recibe en el nuevo nacimiento no depende de una búsqueda progresiva, espiritual y santa sino que es puro don de Dios. SEGUNDA PARTE LA CARNE 1. La carne y la salvación
CAPITULO 1 La carne y la salvación Puesto que ahora el alma está bajo el poder de la carne, la Biblia considera que el hombre es carnal. Todo lo que es anímico se ha vuelto carnal. 1) ¿Qué es la carne? «Lo que nace de la carne es carne.» ¿Qué nace de la carne? El hombre. Por consiguiente el hombre es carne, y todo lo que el hombre hereda de sus padres pertenece a la carne. No se hace distinción de si el hombre es malo, impío, estúpido, inútil y cruel. El hombre es carne. 2) ¿Como se vuelve carne el hombre? «Todo lo que nace de la carne es carne.» El hombre no se vuelve carnal aprendiendo a ser malo con una práctica progresiva del pecado, ni abandonándose a actos licenciosos, ávido de seguir el deseo de su cuerpo y de su mente hasta que finalmente todo él es vencido y controlado por las malas pasiones de su cuerpo. El Señor Jesús afirmó con énfasis que una persona es carnal en cuanto nace. Según la palabra de nuestro Señor, un hombre es carne porque nace de sangre, de la voluntad de la carne y de la voluntad del hombre (Jn. 1:13) y no por la forma en que viva él o sus padres. Dios reconoce la imposibilidad de que la carne sea cambiada o mejorada. Por eso, al salvar al mundo no intenta modificar la carne del hombre. En lugar de eso le da al hombre una vida nueva para ayudarlo a dar muerte a la carne. La carne tiene que morir. Esto es la salvación. La reacción de Dios a la pecaminosidad de todos los hombres es ocuparse Él mismo de la tarea de la salvación. Su método es «enviar a su propio Hijo a la semejanza de la carne pecaminosa». Su Hijo es sin pecado, por eso es el único calificado para salvarnos. Así como recibimos la vida carnal cuando nacimos de nuestros padres, asimismo recibimos la vida espiritual cuando nacimos de Dios, que es la vida verdadera. Enseñarle a una persona no regenerada a hacer el bien y a adorar a Dios es como enseñarle a un muerto, pues no ha recibido la vida espiritual; es intentar reparar y mejorar la carne, es decir, hacer lo que Dios mismo no hace. A menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Es decir, no puede ver todos los misterios espirituales del reino de Dios ni “gustar su sabor”. Creer en el nombre del Hijo de Dios es creer que El nos salva de los pecados, que murió en la cruz por nuestros pecados para librarnos del castigo y del poder del pecado, y recibirle como nuestro Salvador. Si uno quiere saber si es regenerado o no, lo único que debe hacer es preguntarse si ha ido a la cruz como un pecador sin esperanza para recibir al Señor Jesús como Salvador. Sabemos que el Señor Jesús llevó nuestros pecados en la cruz (El no lo había hecho antes), pero se negó a Su yo toda la vida, no solamente cuando estuvo en la cruz. Por lo tanto, el creyente puede vencer el pecado en un momento, pero necesita toda su vida para negarse a sí mismo. Ya fuimos librados del pecado, pero nos negamos al yo día tras día. El propósito de la redención es quitar todos los impedimentos para que el Espíritu Santo tome pleno control de todo el ser de uno y lo haga espiritual. Así como un pecador carnal puede llegar a ser un creyente regenerado, de igual manera, un creyente regenerado que todavía es carnal, puede llegar a ser espiritual. Lo triste es que entre los creyentes de hoy hay algunos que han permanecido como niños, no solamente por algunos años, sino que continúan en su viejo yo por décadas sin progreso alguno. Además, aunque hay algunos que progresan en la vida espiritual en pocos años, se sorprenden pensando que eso no es lo usual. En realidad, esto es lo normal; no es otra cosa que el crecimiento normal. Como creyentes regenerados debemos anhelar una vida espiritual completa y debemos permitir que el Espíritu Santo sea Amo y Señor en todo, para que pueda en el menor tiempo posible guiarnos a lo que Dios ha preparado para nosotros. Una persona es regenerada por creer en la redención que el Hijo de Dios efectuó por ella en la cruz. Cuando cree, también debe creer que fue crucificada juntamente con el Salvador y permitir que el Espíritu Santo la libre del poder de la carne. Si ignora este principio, inevitablemente será carnal durante muchos años. El verdadero conocimiento espiritual no consiste en pensamientos maravillosos y profundos, sino en una experiencia práctica que se obtiene en el espíritu como resultado de una armonía en el creyente entre la vida y la verdad. Fracasar y pecar con frecuencia como los demás, pone de manifiesto que la persona es de la carne. Si un creyente no puede vencer su mal genio ni su peculiaridad y sigue siendo egoísta, contencioso, jactancioso, no puede perdonar las faltas de otros, habla con aspereza, entonces indiscutiblemente todavía es de la carne, no importa cuántas verdades espirituales conozca, cuántas experiencias espirituales piense que ha obtenido, ni cuán ferviente o eficaz sea su labor. Solamente cuando Dios por Su Espíritu, revela la verdadera condición de la carne, el hombre puede rechazarla de acuerdo con la perspectiva de Dios. El primer paso en la obra del Espíritu Santo es dejar al creyente convicto de pecado (Jn. 16:8). A menos que el pecador esté consciente del pecado por medio del Espíritu Santo, no podrá ver la perversidad de sus pecados ni podrá refugiarse en la obediencia de Cristo para huir de la ira futura. No debemos intentar enmendar la carne para que colabore con el Espíritu de Dios. La carne está destinada a morir. Sólo al darle muerte a la carne somos librados. Dios presta atención a la carne (v. 24), no a las obras de la carne. Si un árbol está muerto, ¿acaso esperamos que lleve fruto? Los creyentes hacen planes para acabar con las ofensas (los frutos), y se olvidan de acabar con la carne (la raíz). Por un lado, el Salvador murió en la cruz por el pecador a fin de redimirlo de su pecado para que el Dios santo pueda perdonarlo legalmente; por el otro, el pecador, habiendo muerto junto con el Salvador en la cruz, ya no es gobernado por la carne. Sólo esto puede hacer que el espíritu del hombre recupere su propio dominio, que el cuerpo sea su servidor externo y que el alma sea su intermediario. De este modo, el espíritu, el alma y el cuerpo son restaurados a su condición original. Tengamos presente que la Biblia no nos dice que nos crucifiquemos. Sólo nos dice que fuimos crucificados. No necesitamos crucificarnos a nosotros mismos, pues ya lo fuimos con el Señor Jesús (Gá. 2:20; Ro. 6:6). El crucificó nuestra carne, no en teoría, sino en realidad. Si creemos y ejercemos nuestra voluntad para escoger lo que Dios hizo por nosotros, eso mismo se convertirá en nuestra experiencia en vida. No se nos pide que hagamos nada, porque Dios ya lo hizo todo. No se nos exige que crucifiquemos nuestra carne, porqueDios la crucificó. El creyente debe darse cuenta de que, por un lado, es una nueva creación en Cristo, el Espíritu Santo mora en su espíritu, la muerte de Jesús opera en él y además tiene la vida santificadora, pero, por otro lado, todavía posee la carne pecaminosa y puede experimentar su existencia y su inmundicia. La manera en que los creyentes obtienen su libertad es la misma que los mantiene libres. Los creyentes obtienen la libertad debido a que respondieron a Dios con un fuerte “sí”, y a la carne con un fuerte “no”, aceptando la muerte del Señor. El Señor Jesús murió por nosotros y crucificó nuestra carne juntamente con El, y el Espíritu Santo mora en nosotros a fin de manifestar en nosotros la realidad de lo que el Señor Jesús logró. La carne es enemiga del Espíritu Santo, no sólo cuando peca contra Dios, sino también al servirle y complacerle, ya que todo lo que hace se basa en sus propios esfuerzos, en vez de ser guiada exclusivamente por el Espíritu, dependiendo por completo de la gracia de Dios. Si la justicia propia no es erradicada, pronto la seguirá la injusticia. Dios quiere que el hombre acuda a El, completamente desvalido y totalmente sumiso al Espíritu Santo, esperando humilde y confiadamente en El. Cualquier cosa buena de la carne que gire en torno al yo es una abominación a los ojos de Dios, porque es la obra del yo y da la gloria al hombre mismo; no es obra del Espíritu Santo ni procede de la vida del Señor Jesús. Muchos creen que ya recibieron toda la verdad, aunque lo que tienen pertenece más a los hombres que a Dios, ya que lo recibieron de otros o de su propia búsqueda. Su corazón no ha aprendido a esperar en Dios para que El le revele Su verdad en Su luz. Mientras se considere fuerte, nunca dependerá de Dios. Todo lo que no se obtiene como fruto de esperar en Dios es de la carne. Todo lo que puede producirse o hacerse sin depender del Espíritu Santo, es de la carne. Todo lo que un creyente decide según su propio criterio, sin necesidad de buscar la voluntad de Dios, es de la carne. A menudo cuando uno recibe una verdad, la recibe del Espíritu Santo, pero después de un tiempo esa verdad se convierte en una jactancia de la carne. ¿Por qué los fariseos eran tan orgullosos pero seguían siendo esclavos del pecado? ¿Porque estaban demasiado convencidos de que eran justos y de que servían a Dios con gran celo? ¿Por qué el apóstol reprendió a los gálatas? ¿Por qué manifestaban las obras de la carne? ¿No era más bien porque trataban de obtener la justicia por obras y porque querían perfeccionar por la carne la buena obra que el Espíritu santo había comenzado? Si el Espíritu Santo no mantiene un control total y constante para dirigirlos en la adoración, no tiene el poder para dirigirlos y controlarlos en su vida diaria. Si yo no me he negado a mí mismo por completo ante Dios, tampoco puedo negarme ante los hombres; y a causa de esto no puedo vencer mi odio, ni mi mal genio ni mi egoísmo, pues estas dos cosas son inseparables.

CAPITULO CINCO

LA ACTITUD QUE EL CREYENTE DEBE TENER FRENTE A LA CARNE
LA CARNE DESDE EL PUNTO DE VISTA DE DIOS Todo lo que es nacido de la carne, sea lo que sea, es carne, y nunca puede dejar de serlo. Aunque la carne predique, escuche, ore, ofrende, lea las Escrituras, cante himnos o haga el bien, Dios ya nos dijo que nada de eso es de provecho. No importa cuánto confíen en la carne los creyentes, Dios dijo que no es de provecho y que no ayuda a la vida espiritual. La carne no puede cumplir la justicia de Dios. “La mente puesta en la carne es muerte” (Ro. 8:6). Desde el punto de vista de Dios, en la carne hay muerte espiritual. No existe otro camino excepto ponerla en la cruz. No importa cuánto bien pueda hacer, cuánto pueda pensar, planear u obtener alabanza del hombre, a los ojos de Dios, todo lo que se origina en la carne lleva en letras mayúsculas la etiqueta que dice: “MUERTE”. Realmente, la justicia propia no es justicia, sino injusticia. No importa quién sea un hombre, por su propia cuenta no puede hacer lo que la Biblia enseña. Sea bueno o sea malo, no puede sujetarse a la norma de Dios. Si es malo, ofende la ley, y si es bueno, establece una justicia aparte de la del Señor Jesús, y pierde el propósito original de la ley. Si hacemos algo por nuestro propio esfuerzo, no importa cuán bueno o productivo sea, Dios no se complacerá en ello. Lo que agrada o desagrada a Dios no tiene relación alguna con el bien o mal, sino con el origen de las cosas. La conducta puede ser muy buena, pero, ¿de dónde procede? En el mismo grado en que Dios aborrece la injusticia, aborrece la justicia que el hombre se atribuye a sí mismo. Por muy excelentes que sean las buenas obras del hombre, si no surgen de una dependencia absoluta del Espíritu Santo, son carnales y, por ende, Dios las rechaza. LA EXPERIENCIA DE LOS CREYENTES Además, los creyentes continúan haciendo muchas cosas en la carne confiando en ellos mismos, creyendo que han recibido la gracia de Dios en abundancia y pueden utilizar la carne para hacer obras de justicia. Por causa de este autoengaño, el Espíritu Santo de Dios debe llevarles por la senda más vergonzosa para que conozcan su carne y tengan la perspectiva de Dios. Dios permite que nuestra carne caiga, se debilite y hasta peque, para que comprendamos si hay o no algo bueno en la carne. Si no fuera por las innumerables experiencias de derrotas dolorosas, los creyentes seguirían confiando en ellos mismos y considerándose capaces. Sólo después de que han fracasado cien o mil veces comprenden que su propia justicia no es de fiar en lo absoluto, y que en la carne no mora el bien. El juicio de uno mismo debe ser constante. Porque cuando los creyentes cesan de juzgarse a sí mismos, dejan de tratar la carne como inútil y detestable y asumen una actitud levemente vana y de complacencia en sí mismos; entonces Dios se ve obligado a hacerlos pasar por el fuego a fin de consumir la escoria. Si los creyentes desean ser verdaderamente espirituales, deben saber que no se pueden atrever, en absoluto, a tener confianza en ellos mismos, ni a sentirse satisfechos o complacidos consigo mismos, ya que ello es una prueba de que confían en la carne. En la cruz no sólo fueron crucificadas las pasiones y los deseos, sino también la carne, que es la que da a luz las pasiones y los deseos, aunque el hombre la respete y la ame. Cuando los creyentes ven esto, y voluntariamente rechazan todo lo que es de la carne (sea bueno o malo), entonces pueden andar según el Espíritu Santo, agradar a Dios y alcanzar una vida completamente espiritual. Lo que la cruz logró es un hecho cumplido, pero la medida en que ello es una experiencia en el hombre, lo determina su conocimiento de ella, su disposición y su fe. El grado de experiencia de la vida de resurrección, corresponde al grado de la experiencia de la muerte. Si la muerte de la carne no se mantiene de una manera continua, la vida ascendida y en resurrección sólo será una imitación. Nunca debemos pensar que somos espirituales, que hemos avanzado y que la carne ya no tiene poder para seducirnos. El enemigo quiere que abandonemos la esfera de la cruz a fin de que seamos espirituales externamente, pero interiormente carnales. Nuestra seguridad se halla en el Espíritu Santo. El camino seguro que debemos tomar es estar completamente dispuestos a ser enseñados, tener temor de ceder el más mínimo terreno a la carne y entregarnos gozosos a Cristo, confiando en que el Espíritu Santo controlará nuestras vidas con el poder de Dios y en que la vida que procede de la muerte de Cristo se expresará en nosotros. Si vivimos con un corazón lleno de fe y sumisión, podemos esperar que el Espíritu Santo haga en nosotros la obra divina más maravillosa. Tengamos esto como la llave de la vida de Cristo en nosotros: el Espíritu Santo mora en la parte más profunda de nuestro ser, nuestro espíritu. Meditemos en esto, creámoslo y recordémoslo hasta que, por la gloria y la realidad de esta verdad, un temor y asombro santo broten en nosotros debido a que el Espíritu Santo mora en nosotros. Debemos ceder ante Dios y permitir que el Espíritu Santo regule toda nuestra conducta, y El manifestará al Señor Jesús en nuestra vida, ya que ésa es Su obra. EXHORTACION No consideremos, inconscientemente, la obra del Espíritu como nuestra. Debemos velar y no permitir que la carne se encienda nuevamente. No nos debemos dar la gloria ni atribuirnos la victoria. Pues en tal caso, la carne tendrá oportunidad de obrar de nuevo. La actitud de debilidad debe ser mantenida con diligencia santa. Este es el lugar donde la carne atacará. La más mínima intención de utilizar el yo da ocasión para que la carne tenga oportunidad de actuar. Si sabemos lo inútiles que somos delante de Dios, tampoco debemos jactarnos delante de los hombres. Si cubrimos la debilidad de la carne ante los hombres porque queremos recibir gloria, le daremos una oportunidad a la carne para obrar. La obra de la carne siempre tiene su precursor. Por lo tanto, no debemos dar terreno para ello. Siempre debemos velar para mantener la carne bajo maldición; debemos examinar si hemos hecho alguna provisión para ella en nuestros pensamientos. Un pequeño pensamiento acerca de nuestra bondad puede dar a la carne ocasión para obrar. Aunque le guste mucho lo que desea decir, si no depende del Espíritu al hacerlo, no debe decir nada. La justicia de la carne debe ser aborrecida con igual intensidad que los pecados. A Dios no le interesa la apariencia que tengan las acciones; es el origen lo que El ve.

TERCERA SECCION— EL ALMA

CAPITULO UNO COMO SER LIBRES DEL PECADO Y DE LA VIDA DEL ALMA

COMO SER LIBRADOS DEL PECADO El viejo hombre es nuestra persona, nuestra vieja personalidad y todo lo viejo. Es por causa del viejo hombre que pecamos. El deseo de Dios no es desarraigar al pecado por dentro ni reprimir al cuerpo por fuera. El le pone fin al viejo hombre, el cual está en medio de los otros dos. LOS HECHOS DE DIOS Cuando el Señor Jesús fue a la cruz, no sólo llevó nuestro pecado, sino que también nos llevó a nosotros y nuestro ser. Nuestro viejo hombre ya fue crucificado. La Biblia nunca nos dice que nos crucifiquemos a nosotros mismos. Por el contrario, lo que la Biblia nos enseña es que no depende de nuestra crucifixión, pues cuando Cristo fue a la cruz, también nos llevó allí para ser crucificados juntamente con El. He ahí el resultado de la frase más preciosa de toda la Biblia: “en Cristo”. Ya que estamos en Cristo, unidos con El, cuando El fue a la cruz, nosotros fuimos en El; fue crucificado, nosotros también lo fuimos. ¡Cuán maravilloso es estar en Cristo! Ninguna verdad que entendamos sólo intelectualmente nos capacitará para resistir las tentaciones. La revelación del Espíritu Santo es absolutamente indispensable. Una vez que una persona recibe la revelación de parte de Dios, esta verdad espontáneamente llega a ser poderosa en él y le da la capacidad de creer. La fe proviene de la revelación, pues sin ella no hay fe. Hermanos, oremos pidiéndole a Dios que nos dé revelación para que podamos verdaderamente decir que sabemos“que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. DOS CONDICIONES

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