Autobiografía 1º Parte - Madame Guyón
I
XII
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXII
XXIV
XXVI
XXVII
Destruye para poder edificar; pues cuando Él está a punto de poner los cimientos de Su sagrado templo en nosotros, primero arrasa por completo ese vano y pomposo edificio que las artes y esfuerzos humanos han erigido, y de sus horribles ruinas una nueva estructura es formada, sólo por su poder.
El que se justifica a sí mismo, apoyándose en las muchas buenas obras que imagina ha hecho, parece sostener la salvación en su propia mano, y considera el cielo una justa recompensa a sus méritos.
Por unos medios que parecen destruir Su Iglesia, Él la establece.
Es característico de Su sabiduría destruir lo que es construido con orgullo, y construir lo que está destruido; hacer uso de cosas débiles para confundir lo poderoso, y emplear para Su servicio aquello que parece vil y despreciable.
II
III
IV
La mansedumbre que nunca ha sido puesta a prueba, por lo general sólo es una falsificación. Aquellas personas que, cuando nadie las molesta, parecen santas, en el momento que son inquietadas por mano de acontecimientos incómodos, se desperezan en ellos un inusual número de defectos. Pensaban que estaban muertos, cuando sólo permanecían dormidos porque nada les hacía despertar.
V
VI
VII
VIII
No vacilé en empezar a hablar con él, y contarle en pocas palabras mis dificultades en cuanto a la oración. Al instante replicó:
“Esto se debe, Madame, a que busca por fuera lo que tiene por dentro. Acostúmbrese a buscar a Dios en su corazón, y allí lo encontrará”.
Era pobre en medio de riquezas, a punto de perecer de hambre junto a una mesa aderezada a rebosar, y en medio de una fiesta perenne. Oh belleza de antaño y presente; ¿por qué te he conocido tan tarde? ¡Ay! Te buscaba donde no estabas, y no te buscaba donde estabas.
IX
Fue esta la oración con la que de repente me vi favorecida de lo
alto, una oración muy por encima de éxtasis, levitaciones o visiones.
Todos estos dones son menos puros, y más sujetos a ilusión o engaño
por parte del enemigo.
Mientras el alma continúe apoyándose en dones,
no está renunciando por completo a sí misma. Sin llegar nunca a
entrar en Dios, el alma pierde el verdadero disfrute del dador, a
cambio de estar apegada a los dones. De cierto es ésta una pérdida
inenarrable.
X
Este amor de Dios ocupaba mi corazón con tanta
constancia y fuerza, que no podía pensar en ninguna otra cosa. De
hecho, no consideraba que hubiera nada más que fuera digno de mis
pensamientos.
En una feliz
experiencia supe que el alma fue creada para disfrutar a su Dios.
La unión de nuestra voluntad con la Suya sujeta al alma a Dios,
la conforma a Su buen placer, y hace que nuestra propia voluntad
poco a poco muera.
Cuando el alma es dócil y
deja ser purificada y vaciada de todo aquello que es suyo, que es
contrario a la voluntad de Dios, se ve a sí misma poco a poco
desprendida de toda emoción propia y puesta en santa indiferencia,
sin anhelar nada más que lo que Dios desea.
XIXII
El mundo, al ver que le abandonaba, me perseguía y me hacía
quedar en ridículo. Yo era su juguete y el objeto de sus fábulas. No
podía soportar que una mujer, de apenas veinte años de edad,
hubiera de presentar batalla contra él, y vencer.
Ahora todos aquellos entretenimientos y placeres tan apreciados
y estimados me parecían aburridos e insípidos. Me preguntaba cómo
era posible que alguna vez los hubiera disfrutado. Y desde entonces
en realidad nunca pude encontrar ninguna satisfacción o diversión
aparte de Dios.
XIII
Que otros atribuyan su victoria a su fidelidad.
En cuanto a mí, nunca se la imputaré a nada más que a tu cuidado
paternal. He experimentado con demasiada frecuencia, a costa mía,
lo que sería sin Ti, como para presumir en lo más mínimo de mis
propias cuitas.
XIV
Lo que aumentaba la tentación era que
estimaban virtud en mí, unida a la juventud y a la belleza. No sabían
que la virtud sólo puede encontrarse en Dios y en su salvaguardia, y
que todo lo débil estaba en mí misma.
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
Mientras estuve en Orleans, me encontré
con alguien por el que en aquel momento tenía gran consideración, y
me lancé a hablarle de cosas espirituales con demasiada libertad,
pensando que hacía bien, pero después sentí remordimiento por ello.
¡Cuán a menudo confundimos la naturaleza con la gracia! Cuando tal
atrevimiento provenga únicamente de Dios, uno ha de estar muerto al
yo.
XXI
XXII
Si asomara en la criatura fidelidad o paciencia
alguna, Él es el único que lo da. Si por un momento deja Él de
ayudar, si aparentemente me deja en mis propias manos, yo dejo de
ser fuerte, y me veo a mí misma más débil que ninguna otra criatura.
XXIII
XXIV
Al descubrir que no
había lugar seguro, ni salud espiritual en mí, entré en una secreta
complacencia y en un descanso interior, que residía en el hecho de no
encontrar dentro de mí bien alguno en el que pudiera apoyarme, o del
que pudiera jactarme en pro de mi salvación.
XXV
XXVI
XXVII
Fue entonces cuando, oh Dios, en Ti
encontré de nuevo todo de cuanto había sido privada, de una forma
inefable, junto a nuevas virtudes; la paz que ahora poseía era toda
santa, celestial e inexpresable. Todo lo que había disfrutado antes
sólo era una paz, un don de Dios, mas ahora recibía y poseía al Dios
de paz.
XXVIII
Cuando inadvertidamente me miraba a mí misma, no podía pensar
que Dios haría uso de mí; pero cuando veía las cosas en Dios,
entonces percibía que cuanto menos era yo, tanto más encajaba en
sus designios.
XXIX
Mi perseverancia no es mía, sino de aquel que es mi vida; así que
puedo decir con el apóstol: «y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí». Es en Él en quien vivo, me muevo, y tengo mi existir.
FIN