Tipos de salvación - Watchman Nee
PREGUNTA CUARENTA Y NUEVE
LAS DIFERENTES CLASES DE SALVACION
¿Cúantas clases de salvación se mencionan en la Biblia? ¿Cómo se pueden explicar?
RESPUESTA
En la Biblia se mencionan por lo menos seis tipos de salvación.
1. La salvación eterna
La primera clase de salvación es la salvación eterna, la cual recibimos de Dios cuando creemos en el Señor. Esta salvación nos libra de la condenación del pecado, de la maldición de la ley, de la inminencia de la muerte, del castigo del infierno y del poder de Satanás. Nuestras transgresiones fueron perdonadas, y nuestros pecados eliminados. Fuimos justificados, santificados y reconciliados con Dios. Esta salvación incluye la regeneración, la vida eterna del Señor, la vivificación de nuestro espíritu y el advenimiento a nosotros del Espíritu Santo. Recibimos dicha salvación por la gracia de Dios y no según nuestras obras. En Efesios 2:8 y 9 dice: “Porque por gracia habéis sido salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe”. En 2 Timoteo 1:9 leemos: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito Suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. Encontramos en Tito 3:5: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo”. Hechos 15:11 dice: “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús somos salvos, de igual modo que ellos”. Nuestro Señor Jesús llevó a cabo la salvación eterna. El es nuestro Salvador; vino a morir por nosotros en la cruz y allí llevó nuestros pecados (1 P. 2:24); nos redimió de la maldición de la ley (Gá. 3:13), y nos librará de la ira venidera (1 Ts. 1:10). Por Su muerte, destruyó al diablo, el cual tenía el imperio de la muerte (He. 2:14) y nos libró de la potestad de las tinieblas (Col. 1:13) para que no estemos sujetos a juicio sino que pasemos de muerte a vida (Jn. 5:24). Por la resurrección del Señor nacimos de nuevo, heredamos la vida eterna y somos hijos de Dios (1 P. 1:3; Jn. 12:24). Por la ascensión del Señor Jesús, fuimos hechos cercanos a Dios el Padre a fin de que tengamos comunión con el Padre en el Lugar Santísimo (He. 9:12; 10:19-22) por encima de todas las potestades de las tinieblas (He. 1:21). El Señor realizó toda esta obra, y a nosotros sólo nos corresponde creer y recibirla. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12). “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Ro. 1:16). “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:31).
Esta clase de salvación es eterna. Una vez que una persona es salva, lo es para siempre. “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5:9). Ya que la salvación que el Señor efectuó es eterna, nuestra salvación tiene que serlo.
En la Biblia encontramos por lo menos doce aspectos que certifican nuestra salvación y confirman que no pereceremos si somos salvos.
A. Según la voluntad de Dios
Dios nos hizo hijos Suyos y nos dio la filiación plena, no por nuestra condición, sino según el beneplácito de Su voluntad (Ef. 1:5). El nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según Su propósito (2 Ti. 1:9). Aunque nuestra condición puede cambiar, Su voluntad es inmutable (He. 6:17). En la eternidad pasada, Dios determinó salvarnos y no permitir que se perdiera ninguno de nosotros (Jn. 6:39) ¿Cómo podemos ser salvos hoy y dejar de serlo más tarde? Nuestra salvación es eterna debido al propósito inmutable de Dios.
B. Según la elección de Dios
Dios no nos escogió por casualidad ni temporalmente. El nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). Dios nos escogió conforme a Su propósito, no conforme a nuestras obras (Ro. 9:11). Nosotros no lo escogimos a El, sino que El nos escogió a nosotros (Jn. 15:16). El Señor nunca cambiará ya que Su llamado es irrevocable (Ro. 11:29); por lo tanto, nuestra salvación es segura e inconmovible.
C. Según el amor de Dios
Somos salvos porque Dios nos amó, no porque nosotros le hayamos amado a El (1 Jn. 4:10). Nuestro amor es extremadamente fluctuante, pero el amor de Dios es más sólido que el amor de una madre (Is. 49:15); es eterno y perdurable (Jer. 31:3; Jn. 13:1) y es inmutable. Por este amor eterno, nuestra salvación está segura, y no debemos preocuparnos, porque jamás se perderá.
D. Según la gracia de Dios
No somos salvos por nuestras obras, sino por la gracia de Dios (Ef. 2:8-9). Tanto nosotros como nuestras obras pueden cambiar, pero la gracia de Dios es permanente e inconmovible; por lo tanto, nuestra salvación es segura y eterna. Dios nos salvó por Su gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Ti. 1:9), y de acuerdo con las riquezas de Su gracia (Ef. 1:7). La gracia de Dios es suficiente y superabundante; puede llevar nuestras cargas, suplir nuestras necesidades y salvarnos hasta el fin.
E. Según la justicia de Dios
Dios nos salvó no sólo por Su amor y gracia sino por Su justicia. El Señor Jesús recibió la justicia de Dios en la cruz por nosotros y así cumplió los requisitos de la justicia de Dios. Por lo consiguiente, Dios debe salvarnos si creemos, pues si no lo hace, sería injusto. La justicia de Dios se revela en Su salvación (Ro. 1:16-17). Fuimos justificados por Dios, y El nos debe salvar porque “¿quién acusará a los escogidos de Dios?” (8:33). El trono de Dios esta cimentado en la justicia (Sal. 89:14) y, por eso, es sólido e inconmovible. Nuestra justificación se basa en la justicia de Dios; en consecuencia, es eternamente segura e inconmovible.
F. Según el pacto de Dios
Dios hizo un pacto para salvarnos (Mt. 26:28: He. 8:8-13) y debido a que este pacto no se puede quebrantar (Sal. 89:34) tampoco nuestra salvación se puede cambiar.
G. Según el poder de Dios
“Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre” (Jn. 10:29). Ya que Dios es todopoderoso, Su poder no tiene límite; por consiguiente, nadie nos puede arrebatar de Su poderosa mano. Nuestra salvación está segura por el poder de Dios.
H. Según la vida de Dios
La vida de Dios es eterna, y Dios nos la dio para que seamos Sus hijos y así tengamos una relación eterna con El (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1). Una relación vital jamás se puede romper y, ya que tenemos la vida eterna de Dios en nosotros, jamás pereceremos (Jn. 10:28).
I. Según Dios mismo
Dios nunca cambia y en El no hay oscuridad ni sombra de variación (Jac. 1:17; Mal. 3:6) ¿Cómo puede cambiar la salvación que recibimos de este Dios?
J. Según la obra redentora de Cristo
El Señor vino a ser fuente de eterna salvación (He. 5:9) “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (10:14). Lo que el Señor efectuó es eterno, y por consiguiente, nuestra salvación también lo es. Puesto que tal es el caso, ¿quién puede condenarnos? Cristo Jesús es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Ro. 8:34). Nadie puede negar la redención que el Señor llevó a cabo para nosotros por Su muerte y resurrección, y tampoco nadie nos puede condenar. Así que, nuestra salvación es segura.
K. Según el poder de Cristo
En Juan 10:28 dice: “Y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano”. El Señor y Dios son uno; El es igual a Dios; por lo tanto, Su mano es tan poderosa como la mano de Dios. Nadie podrá arrebatarnos de la mano de Dios, y Su mano poderosa nos garantiza eternamente nuestra salvación.
L. Según la promesa de Dios
En Juan 6:37 dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, por ningún motivo le echaré fuera”. El Señor prometió que jamás echará a los que vienen a El. Nosotros nos apoyamos en esta promesa, para afirmar que nuestra salvación está segura por la eternidad.
2. La salvación ante los hombres
En Marcos 16:16 leemos: “El que crea y sea bautizado, será salvo”. La salvación que se menciona aquí no se refiere a la salvación eterna puesto que añade: “Mas el que no crea, será condenado”. Podemos preguntarnos por qué la segunda parte no dice: “El que no crea y no sea bautizado, será condenado”. Puesto que en la segunda parte, en la cual se menciona la condenación, no se tiene en cuenta el bautismo, esto explica por que la salvación a la que alude la primera parte no está al mismo nivel de la condenación, mencionada en la segunda parte. Para no ser condenado se tiene que creer, y para ser salvo se necesita creer y además ser bautizado; por lo tanto, la salvación de la que se habla en Marcos 16:16 no es la salvación eterna que nos libra de la condenación. ¿Entonces a qué se refiere? Se refiere a ser salvos ante los hombres. Si una persona sólo cree pero no es bautizada, ante los hombres no es salva aunque tenga vida eterna. Tal persona debe ser bautizada y proclamar públicamente que sus pecados fueron perdonados y que pertenece al Señor. De este modo, los hombres sabrán que ella es salva. El bautismo separa a la persona de la gente del mundo; en consecuencia, la salvación que se obtiene por medio del bautismo es la salvación ante los hombres.
3. La salvación diaria
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). No podemos llevar a cabo nuestra salvación por nuestros propios medios. Recibimos la salvación gratuitamente, por la gracia de Dios; no obstante, este versículo dice: “Llevad a cabo vuestra salvación”. Aunque ya fuimos salvos, debemos expresar cada día la salvación que recibimos. En el momento que creímos en el Señor, recibimos la vida de Dios, y El vino a morar en nosotros mediante el Espíritu Santo. “Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito” (v. 13). En nuestra vida cotidiana, momento a momento, debemos ser motivados por la vida de Dios y obedeciéndole a El, quien actúa en nosotros. Esto no se puede lograr apresuradamente, pues requiere que día tras día expresemos la salvación en nuestra vida con temor y temblor.
“Por lo cual puede también salvar por completo a los que por El se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos” (He. 7:25). Este versículo también se refiere a la salvación que el Señor efectúa diariamente en nuestras vidas. El Señor intercede por nosotros ante Dios, nos guarda y nos salva hasta el día de Su venida.
En cuanto a la salvación diaria, debemos tener presente que el Señor desea que oremos diariamente y le pidamos que nos libre del maligno (Mt. 6:13) porque Satanás nos tienta, nos seduce, nos ataca y nos tiende lazo continuamente; por lo cual, necesitamos orar rogando que el Señor nos libre de Satanás día a día y momento a momento.
4. Salvos de la tribulación
Existe otra clase de salvación mediante la cual Dios nos libra de la tribulación. Pablo dijo: “El cual nos libró de tan gran muerte, y nos librará; y en quien esperamos que aún nos librará” (2 Co. 1:10). La liberación que se menciona aquí no se refiere a la salvación eterna, ya que es la continuación de los versículos anteriores. En los versículos 8 y 9 Pablo dice que tanto él como los colaboradores que estaban en Asia, habían tenido problemas, pues habían sido abrumados sobremanera, más allá de sus fuerzas; a tal grado que hasta habían perdido la esperanza de vivir y habían sentido cerca la muerte; pero el Señor los había librado de aquellos problemas y aun de la muerte. Los había librado antes, los seguía librando, y ellos confiaban que los libraría en el futuro. Dios los libraría de todo problema en cualquier circunstancia.
“El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Sal. 34:7). Dios enviará a Su ángel a acampar alrededor de quienes le temen para librarlos de los problemas que los abruman.
“Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación” (Fi. 1:19). “Y fui librado de la boca del león, y el Señor me librará de toda obra mala” (2 Ti. 4:17-18). Estos dos pasajes se refieren a la salvación en tiempos de tribulación; a saber: el Señor nos libra de las circunstancias difíciles y de obras malas.
5. La salvación del cuerpo
Cuando el Señor venga, redimirá nuestro cuerpo, lo transformará para que sea conformado y a Su cuerpo glorioso (Fil. 3:21). La Biblia también llama a esto salvación; en este caso, la del cuerpo. “Y no sólo esto, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando con anhelo la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:23); y el versículo 24 añade: “Porque en esperanza fuimos salvos”. La palabra “salvos” se refiere a la redención de nuestro cuerpo, la cual se llevará a cabo sólo cuando el Señor regrese. Debemos aguardar con anhelo ese momento. En el instante en que creímos en el Señor, recibimos la salvación eterna y nuestro espíritu fue vivificado, pero nuestro cuerpo, que todavía es parte de la vieja creación, todavía gime y tiene dolores como de parto, sujeto a corrupción, por lo cual sufre enfermedades y vejez. Pero cuando el Señor venga, redimirá y transformará nuestro cuerpo, el cual ha estado sujeto en la vieja creación, y lo llevará a la libertad gloriosa de la nueva creación.
“Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Ro. 13:11). Esta es la salvación de nuestro cuerpo. Recibimos la salvación de nuestro espíritu cuando creímos, y nuestro cuerpo será salvo en el futuro; por lo tanto, después de que creemos, la salvación de nuestro cuerpo se acerca aún más.
6. La salvación del alma
Puesto que somos seres tripartitos, esto es, puesto que nuestro ser consta de tres partes, espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23), nuestra salvación tiene que incluir estas tres partes. Nuestro espíritu fue salvo en el momento en que creímos en el Señor, y el Espíritu Santo nos regeneró. Cuando Dios nos perdonó todos los pecados, el Espíritu Santo entró en nosotros y dio vida a nuestro espíritu muerto. La salvación de nuestro cuerpo tendrá lugar cuando el Señor venga y, por Su poder, El transformará nuestro cuerpo vil en un cuerpo glorioso. Pero nuestra alma necesita ser salva, lo cual se relaciona con la entrada en el milenio y el reinado con el Señor. El Señor nos dará el galardón, y nuestra alma disfrutará con El, el gozo del reino.
“Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará” (Mt. 16:25). La palabra “salvar” en este versículo no se refiere a la salvación eterna que recibimos gratuitamente al creer, pues la salvación a la que alude este versículo requiere un precio. Se tiene que perder el alma y sacrificarla a fin de poder ganarla. Esto se refiere a la persona que es salva, y está dispuesta a negarse a sí misma, a tomar la cruz y a seguir al Señor. Ella sacrifica su propia alma por causa del Señor y, por hacerlo, entrará en el reino milenario y participará del gozo del Señor (25:21, 23). El alma es parte de nuestro ser y siente gozo y dolor. Si soportamos el sufrimiento y el sacrificio temporal por causa del Señor, entraremos en Su gozo cuando El venga. El alma del hombre también es su yo. Si nos negamos a nosotros mismos por causa del Señor ahora, El nos dará lo que es verdadero en el futuro (Lc. 16:11-12).
“Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí y del evangelio, la salvará” (Mr. 8:35). La causa del Señor y la del evangelio siempre van juntas; jamás se pueden separar. Sea por el Señor o por el evangelio, si sacrificamos el alma y sus placeres en este siglo, nuestra alma recibirá el gozo especial que se tiene en la era del reino. Esto significa que reinaremos juntamente con el Señor y disfrutaremos de Su gozo en la gloria.
“El que procure conservar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda, la conservará” (Lc. 17:33). Los creyentes que conserven su alma y los placeres de ésta en la era presente, perderán el gozo en la era del reino, y los que pierdan su alma y los goces de esta era, salvarán su alma y obtendrán el gozo en el reino venidero.
“Mas el que haya perseverado hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 10:22). “Con vuestra perseverancia ganaréis vuestras almas” (Lc. 21:19). Si los creyentes perseveran hasta el fin de la persecución, recibirán del Señor el galardón, y entonces, sus almas no sufrirán sino que participarán del gozo.
“Pero nosotros no somos de los que retroceden para ruina, sino de los que tienen fe para ganar el alma” (He. 10:39). La fe que se menciona aquí es la fe que recibimos después de ser salvos, pero no es la fe inicial sino la fe por la cual andamos; no es la fe necesaria para obtener la vida, sino la fe necesaria para vivir diariamente. Si podemos caminar por la senda del Señor por la fe y vivir en victoria después de ser salvos, nuestra alma será salva en el futuro y participaremos de la gloria y del gozo del reino.
“Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 P. 1:9). Esta fe también es la fe que recibimos y por la cual vivimos después de ser salvos. Dicha fe hace que Dios nos guarde; vence las dificultades y pruebas; traerá la salvación que Dios ha preparado, y se manifestará cuando el Señor regrese. Esto es lo que significa ser librado de todos los sufrimientos y disfrutar el gozo de gloria.
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Jac. 1:21). La salvación del alma no equivale a la salvación del espíritu, ya que para obtener ésta lo único que debemos hacer es creer y recibir; pero la salvación del alma requiere que desechemos toda inmundicia y malicia en nuestra conducta para recibir con mansedumbre la palabra implantada.
“El Señor ... me salvará para Su reino celestial” (2 Ti. 4:18). “Por lo cual, hermanos, sed aún más diligentes en hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no tropezaréis jamás. Porque de esta manera os será suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 1:10-11). La salvación del alma es la salvación que nos introduce en el reino de los cielos, el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Pregunta 49 del libro "Preguntas sobre el evangelio" por Watchman Nee http://www.tesoroscristianos.net/autores/Nee/Preguntas%20sobre%20el%20evangelio%20-%20Watchman%20Nee.pdf